Juan Alberto Madile - Pensamientos
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La devaluacion del espiritu

La sociedad occidental contemporánea surgió de dos grandes revoluciones: la industrial, por aplicación del conocimiento científico de la naturaleza; y la política, por abolición de las formas del poder absoluto.

La sociedad occidental contemporánea surgió de dos grandes revoluciones: la industrial, por aplicación del conocimiento científico de la naturaleza; y la política, por abolición de las formas del poder absoluto. Vale decir: aumento tanto de la productividad como de la autodeterminación. Parecieron darse así, las condiciones para la realización de los valores de su cultura (libertad individual, racionalidad,…).

Pero se trataba ahora de amplios conjuntos humanos que eran heterogéneos; los que, no obstante, habían pasado a participar políticamente; por lo que, de ordinario, no lo hicieron más que de manera mediata (por representación) y discontinua (por elecciones periódicas).

Se creyó pues preciso movilizarlos a esa participación, aunque mínima, y a un consumo que, por el aumento de la productividad, se procuró fuera máximo.

Participación mínima conveniente a las elites. Haciendo un juego de palabras: “la intención no fue la intensión”; esto es: la intención de las élites no fue una intensidad de intervención por parte de las masas sino que se las quiso manipular. Menos que democracia resultó una democratización general de la vida social que forzaba a participar pero lo imprescindible; lo cual no pudo menos que provocar el brote esporádico de la violencia y la continua formación de irracionalismos, en el seno de una alienación general.

Para esta masa de población dispersa e inconexa le fue destinada, así, una cultura que la informara para una integración superficial, la estimulara para el consumo y la persuadiera para la elección.

A ese efecto, se instalaron los soportes técnicos que hicieron posible la difusión, a escala de esa sociedad vasta y varia, de una cultura de masas.

Sólo que ésta ha venido desplazando a las altas expresiones de las fuerzas espirituales de tales conjuntos humanos que habían hecho de ellos, un pueblo; conservadas en su forma originaria en sus costumbres, en su folklore, en una religiosidad espontáneamente vivida; pero expresadas más tarde en las formas elaboradas del Arte y del Saber.

Es que era cultura y no sólo diversidad de formas; éstas remitían a un “plexo de significatividades fundamentales”, respuesta de los hombres de cierto lugar y época al “problema del ser del mundo y de ellos mismos”.

Formas expresivas que cumplían la importante función de sublimar excedentes de energía, instintos agresivos e impulsos antisociales, haciendo posible la coincidencia en valores fundamentales de un modo explícito, a un nivel más elevado y profundo y sin mengua de los desarrollos personales. Conformando un pueblo (orgánico) y no una masa (amorfa).

Sin embargo, no es incompatible el respeto a las tradiciones con una sociedad compleja. Porque el hombre culto en el sentido de la alta cultura, el hombre verdaderamente “cultivado”, afina una sensibilidad que lo acerca a valores que son universales, sin olvido de sus orígenes. Máxime cuando esa sociedad además de occidental se dice cristiana y proclama que todo otro es un prójimo, es un hermano, hasta es como uno mismo.

En cambio, la cultura de masas debilita esas fuerzas espirituales y morales, desacreditando formas más elevadas. Así vemos a la intelectualidad (representativa de una cultura intelectual) proletarizarse y a la mediocridad extenderse a toda la sociedad. Es que sólo terminan quedando como socialmente relevantes: el conocimiento técnico de una economía industrial y el entretenimiento y la información suelta de una cultura de masas. Y tanto las alternativas funcionales (de una Problemática sin conexión con una Teorética) que la tecnología  tiene, como la disparidad de opiniones que la difusión mediática contiene sin conciliar, hacen que todo termine valiendo lo mismo, perdiéndose de vista la búsqueda de la Verdad: la búsqueda de esta respuesta final, para aquella pregunta originaria que diera el fundamento racional a nuestra cultura occidental.

Podrá plantearse a esta altura: ¿y qué es el espíritu en definitiva?, ¿se pierde algo con él?

En un sentido lato, espirituales  son los diversos modos del ser por sobre el nivel de la mera sobrevivencia del hombre. Los que suponen  ese esfuerzo de trascendencia de éste que, cuando es para algo bueno, lo hacen admirable.

“Modos del ser”, porque son formas que implican una relación del Saber (desde el mitológico al científico) que no se reduce a mera adaptación al medio; pensamiento articulado acerca de la realidad y tenido por cierto, cuyas relaciones hacen de ella un mundo (objetivamente humano) a la vez que ofrecen fundamento a la vida (subjetivamente humana).

Y “modos”, porque son las manifestaciones diversas de una misma esencia compartida que muestra la realidad como coherente y armónica, inseparable del sentimiento y promesa de un mismo futuro, que brinde amparo (sin el cual, decía Hölderlin, no hay libertad verdadera) y fundamento; por lo que con su pérdida, deja de expresarse al hombre integral de una cultura: en su unidad emotivo-racional y perceptivo-motora. Base sobre la cual, puede recién el individuo a su vez, hallar el sentido de su vida. Es que antes necesita verse; y lo hace en las formas de la Estética, del Saber, de la Ética,… de su cultura de origen.

De manera que hay cultura como proceso acumulativo de las técnicas transformadoras de la realidad; la hay como las sucesivas maneras de estructuración de la vida social a través de la historia; pero también la hay como espíritu objetivo (u objetivado), que es el registro de las creencias e ideas que transmiten las generaciones de una sociedad; cuya pérdida provoca anomia (desintegración social, donde lo que se organiza es el delito) y paradoja (opiniones que chocan, donde lo que se organiza es el espectáculo), porque es la pérdida de esa comunidad de sentimientos que hace que se respeten sus instituciones.

Hablamos de una cuestión que es de Antropología cultural: el individuo y la cultura; siendo ésta tanto material como intelectual. Y que es filosófica: el Ser y el Devenir del Ser; el Espíritu subjetivo y el objetivo… Relacionando los conceptos, obtenemos que el individuo humano se diferencia de los restantes animales porque produce cultura; que no es sólo material sino intelectual; y que es entonces el espíritu humano el que se está objetivando (como cultura) en la realidad natural; e inversamente, que el Ser de la cultura Deviene en tanto que expresado por el individuo humano… metafóricamente este último es (espiritualmente) el reflejo que proyecta de sí, en una realidad vuelta espejo.

Y tanto que esas objetivaciones del espíritu requieren de sus formuladores e intérpretes, como que el espíritu mismo no es más que ese reflejo… pero lo es  para una sensibilidad despierta, para una mirada viva… sólo así se configuran formas en el bruñido de la realidad… que se desvanecen en cuanto esa apreciación de lo bello se apaga o la indagación honesta por la verdad se detiene o una creencia sincera y desinteresada se pierde. Recitaba Whitman: “…esta cabeza mía es más que las iglesias, las biblias y los credos”.

Con que no hay espíritu como algo cuya subsistencia algo nos asegure. La vida no ofrece garantías y sólo cabe someterse a sus riesgos. Pero las maravillosas creaciones de la alta cultura prueban que merece la pena correrlos.



Juan Alberto Madile                                                                                                                                    Rosario, julio de 2016
Publicación periodística: 06/02/2017



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