Juan Alberto Madile - Pensamientos
La Ilustración
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Libertad y voluntad Ilustrada

Puesto en primera persona: ¿soy libre?; pero empecemos desde antes: ¿puedo siquiera verme en mi ser, para recién evaluarme?; no puedo hacerlo directamente; pero todo lo que veo, lo veo en relación conmigo;

Puesto en primera persona: ¿soy libre?; pero empecemos desde antes: ¿puedo siquiera verme en mi ser, para recién evaluarme?; no puedo hacerlo directamente; pero todo lo que veo, lo veo en relación conmigo; también es cierto que puedo manifestar mi ser en mi comportamiento; y apreciar su resultado.

Es decir: lo que hago es descubrirme en situación; y con los demás, descubrirme en un mundo que con ellos comparto. Horizonte que es, de todas mis experiencias.

De modo que: no puedo ‘verme’; pero todo lo demás (que veo), me refiere; y todos los demás (que veo que me ven), me refieren (a mí mismo y a mi vida con ellos).

A mi vez, yo reflejo ese mundo, el mío y el que comparto con los otros; que no es sólo lo que se me presenta viviendo, sino lo que me represento como real, conviviendo; y que actualizo en mi comportamiento. Es que en todo a cuanto atiendo, en mi inmediato contacto con el entorno, en la fluencia de sensaciones que éste me genera como ser vivo y sensible que soy, hay ya percepción.

Y la percepción es del mundo. Siendo que todo cuanto impresiona mis sentidos trae adherido algún sentido; y me ofrece un contexto. Por lo cual, percepción es ya conciencia; no mera sensorialidad animal.

Percibo cosas y sucesos en que mi conciencia reconoce algún sentido; y unas y otros, si bien orientados según mi situación, remiten además a un contexto en que intervienen: tanto los significados de la sociocultura en que vivo (que mi conciencia, aunque confusa y oscuramente, comprende), como mi propia capacidad representativa (que mi conciencia, ya en esta instancia y aunque todavía no reflexivamente, organiza).

Es decir que en la percepción misma, en este primer contacto con las cosas y antes de llegar a pensarlas, interviene mi capacidad de representarme un mundo; el cual difiere de cómo vean la realidad otros pueblos pero que tampoco es idéntico ni coextensivo entre quienes compartimos la misma cultura. Interviene pues la perspectiva desde mi singularidad, que supone mi posibilidad de negarla y diferenciarme en muchos aspectos. No me limito con mi comportamiento, pues, a reproducirla.

¿Es que respondo con ello a alguna esencia propia? Tampoco. Precisamente, no. No la hallo: ni buscando dentro ni fuera de mí (ni en lo que soy ni desde lo que no soy). Parece entonces que no puedo conocerme adentro ni reconocerme afuera, aunque esté implicado. Es que, en verdad, donde me veo es en mis actos; y es donde debo poder reconocerme. Ese hueco que exige ser colmado es, justamente, mi libertad. Debo pues hacerme, entre las cosas y ante los demás. Como el sentido de un comportamiento. Sentido que hace de mi comportamiento, una conducta. Conducta que revela al sujeto singular que soy.

Aquella percepción, representativa del medio exterior que vivo (como ser animado que soy), que unifico y organizo (como ser consciente que también soy), se corresponde pues con esta intención de hacerme, a partir de mi entorno y por mi comportamiento en él. Si no puedo verme de modo originario, sí puedo hacerme; y debo hacerme como he elegido verme.

Es que, si la libertad nos preocupa en estas líneas, es porque la libertad de hacer como queremos hacernos, es lo que en verdad nos ocupa en la vida. Responde a nuestra convicción íntima de que sólo haciendo con libertad, no nos estamos traicionando.

No sólo cosas y sucesos en relación con mi capacidad de representarlos en orden, entonces; sino, principalmente, en función de mi capacidad de obrar en ellos realizando (a su través) mi propia unidad, la de mi comportamiento, por sobre la diversidad de situaciones que vivo. Cosas y sucesos desde mi perspectiva, que me deparan materiales a trabajar, obstáculos a vencer, oportunidades que aprovechar…

No me limito con mi conducta, pues, a responder al medio exterior ni a reflejar mi mundo cultural; también expreso mi singularidad; si bien revelada ésta, en una identidad reconocible.

De modo que, el sentido que las cosas tengan, puede volverse motivo de mi comportamiento, según el sentido que yo a éste le imprima.

Obro luego por un motivo. Ahora bien: una vez requerido por éste, ¿soy libre cuando a él respondo? ¿depende que esté adentro o afuera? ¿qué no sea libre sino obrando por un motivo propio?. La respuesta corriente dice: “soy libre cuando hago lo que quiero”… Pero querer es, como sea, disponer la voluntad según un motivo, ¿y estoy seguro de que éste es auténticamente mío? ¿que es mi voluntad libre la que se ejerce en el acto? ¿que es coherente con la vida que elijo?

Podemos entender por ausencia de motivo: “soy libre cuando obro sin motivo”; traducción a libertad absoluta.  Sólo entonces – parece – de nada dependo. Ni de motivos propios siquiera. Sin embargo, obrar sin motivo es obrar sin sentido; donde ni yo mismo podría reconocerme. Además, me descubro, aún a mí mismo, recién en situación; nunca soy en términos absolutos. Y las circunstancias de mi situación siempre ofrecen a mi comportamiento consciente algún sentido. Aunque no lo comparta.  Motivo por tanto siempre hay. Cuanto menos, el motivo de oponerme a sentidos que combato.

En definitiva, cuando actúo en las diferentes situaciones de mi vida: ¿hago lo que quiero? ¿sé lo que quiero? ¿quiero, en verdad, lo que quiero?

De manera que:

Individualmente, “hago lo que quiero” cuando obro, no caprichosa ni irracionalmente, sino que cumplo conmigo, aunque atienda además a las circunstancias. Con una voluntad en equilibrio estable de estar haciéndome como quiero verme. Sin que se sienta violentada por causas extrañas que la fuercen a traicionarse. Que sea mi voluntad la que se halle en situación.

Cuando esto ocurre y los significados convencionales ceden frente al impuso de mi motivo, el acto fluye libre y tiene sentido para mí.

Añadamos a esto la altura de miras en quien actúa, de un espíritu cultivado, además de libre. Porque éste amplía la percepción del mundo y eleva el sentido. Hace inclusive más libre para una realización personal.

Y colectivamente, como pueblo, hacemos lo que queremos y somos libres cuando estamos gobernados por leyes de que somos autores. No obedecemos entonces más que a nuestra sola voluntad.

Pero para esto se requiere – completemos también – del ejercicio de una voluntad ilustrada, además de libre. Que no sólo hace lo que quiere sino que sabe lo que quiere y tiene la certeza de querer lo que quiere.

¿Espíritu cultivado, voluntad ilustrada,… en las condiciones en que se vive?

Frente al triunfo social de los significados vulgares y el triunfo político del hacer corrupto, ¿cabe sólo la alternativa: participar o retraerse, en cambio? ¿puedo hacerme como quiero ser y no como quieren que sea, de todos modos? ¿puedo ser libre, en definitiva? ¿debo en todo caso intentar ser el mejor de mis posibles para no traicionarme? ¿comienzo a intentarlo siquiera o no es más que impotencia, esta confesión de no sentirme socialmente libre que escribo?


Juan Alberto Madile
Rosario, junio de 2013.
Publicación periodística: 28/06/2013



Una buena voluntad