Valioso sentido comun
Cada época ha contemplado la realidad desde la altura de una idea: como ser sustancial, como sustancia divina, desde el ser pensante que duda y desde las ideas que piensa, por la inmediatez de la sensación, distinguiendo entre sujeto
Cada época ha contemplado la realidad desde la altura de una idea: como ser sustancial, como sustancia divina, desde el ser pensante que duda y desde las ideas que piensa, por la inmediatez de la sensación, distinguiendo entre sujeto y objeto del conocer, entre forma y materia del objeto,…Idea que ha desarrollado, planteando sus problemas y ateniéndose por fin a sus paradojas. Esto ha sido la Filosofía.
El pensamiento occidental ha pasado así, de la sustancia a la relación, de la idea metafísica al signo y al símbolo, del universo al mundo humano, de una personificación de lo colectivo a la asunción de la contingencia que presentan las relaciones interhumanas,…
En tanto que la vida humana se ha tornado crecientemente compleja, lo que ha conducido a la necesidad de su control. Pero esto no ha podido ser por retorno a formas más simples correspondientes a etapas anteriores de la vida social, sino por atención a los problemas de organización de esa complejidad; y ello a un nivel superior.
Sin embargo en lo cultural, aún hoy, esto no basta. El hombre civilizado requiere también, para vivir, de unidad en una idea; de un cuadro total, sentido y aceptado, que le permita coherencia interna y sentido de orientación general en el mundo. Esto, como ha sido estudiado, es la base de su seguridad emocional. Idea que el pensamiento de la época primero desarrolla y luego somete a reflexión, para terminar ateniéndose a las paradojas que presenta.
Pero no todos somos ni científicos ni filósofos. Lo que cualquiera necesita – lo que no ha dejado de requerir no obstante el desarrollo de las ciencias, los cambios acelerados a que está sujeto y el aumento de la complejidad en que vive – es una imagen concreta, que pueda entender y que le represente la realidad que vive; que le simbolice un “mundo” de lo razonable que pueda compartir con los demás.
Se ha sostenido que la imaginación del hombre es más intensa y constante que sus influencias exteriores. En efecto: las sensaciones de su medio son sólo una parte de la realidad; que recién su imaginación completa. No es que su mundo sea una fantasía; sí es estructuración de los estímulos de todo aquello que lo rodea. Es así como responde a ellos: integrados a una imagen. Distinto a los restantes animales, él debe contar con un “continuo de espacio y tiempo” que constituya una totalidad, donde los acontecimientos puedan relacionarse y explicarse. Es que el mundo del hombre se compone, en verdad, de hechos más que de cosas; es ‘lo que le pasa’ y que además él pueda entender porque puede relacionarlo; producto tanto de la percepción como de la concepción.
De manera que hay una “intelectualidad”, se ha dicho, que es común a todo ser humano; y que se inserta en su experiencia ya al nivel de la comprensión de las palabras. Sin llegar a acceder al universo como al todo al que aspiraba el metafísico, se trata de relaciones que ya son abstractas y que sólo pueden “encarnarse” en símbolos. Y éstos remiten siempre a algo más, aunque no totalicen el universo. Relaciones que son, justamente, los vínculos entre las sensaciones y que estructuran los hechos que se perciben.
Entonces, en la experiencia de todo hombre se encuentra esta capacidad de imaginar la realidad concibiendo su estructura mediante imágenes y palabras. Es así como puede interpretar lo que le ocurre.
Esto configura un sentido común. Necesario para su salud mental y espiritual y para su seguridad emocional. Es ‘sentido’, porque su sentimiento adhiere; y es ‘común’, porque se trata de experiencia colectiva también, para que las expectativas recíprocas de la vida social encuentren una respuesta suficientemente satisfactoria.
Sentido que parecemos haber perdido, a la vista de la generalización de reacciones irracionales e irreflexivas y de la presencia en todas partes de actitudes desconsideradas y violentas. No olvidemos que del sentido común nace el buen sentido, que no vemos que se aprecie en la actualidad.
Puede que sea, también, que la experiencia vital que este sentido compartido expresa, se esté agotando.
Pero como sea: ¿cómo seguir confiando, cómo llevar una vida mínimamente coherente, si no podemos contar siquiera con esta lógica intuitiva e inmediata que es el sentido común… sentido que parece haber dejado de ser común y haber dejado de ser sentido?
Se hace entonces necesario un pensamiento crítico, que no sólo refleje la vida y sus realizaciones sino que se vuelva reflexivamente sobre ella y muestre sus paradojas; para despertar a la búsqueda de soluciones y superaciones.
Es cierto que una imagen unitaria del mundo parece hoy chocar con el desarrollo mismo de esa imagen de Occidente (que condujo desde aquella sustancia inmutable de la realidad hasta estos cambios incesantes y a estas formulaciones de las ciencias, variadas y variables, cada vez más abstractas para el sentido común, de la actualidad) y con la complejidad de la vida (de tan difícil organización y control en el presente).
Y en cuanto a la Filosofía, parece haber perdido la fe en la razón ella misma, sumida en el marasmo de sus paradojas.
Sin embargo, es precisamente en los períodos de crisis que se hace preciso un pensamiento reflexivo y crítico. Cuando ya empieza a importar menos la búsqueda de nuevos hechos como una reorganización de la vida misma. Siendo que hoy el problema somos nosotros mismos, por los problemas que causamos: superpoblación, conflictos continuos, contaminación, agotamiento de los recursos, acumulación de los residuos,…
Entonces no es que, por una parte, la unidad de la idea conlleve necesariamente la supresión de la rica multiplicidad interna de su desarrollo: debe por el contrario abarcarla; si ya la relación, que es su contenido, es unidad de lo diferente; lo que no se elimina porque sería negar el pensamiento.
Tampoco es que, por otra parte, el pensamiento se detenga en la paradoja: ésta le está señalando, precisamente, la necesidad de un reinicio; nunca una razón vigorosa, en la búsqueda del sentido, podrá rendirse ante el absurdo.
No pretendo erigirme en profeta de los nuevos tiempos, pero queda claro por lo expuesto que el pensador que ensaye las formas culturales de un futuro, si bien no debe carecer de conocimientos científicos (justamente debe procurar alcanzar los “principios racionales” de los mismos para dar su sentido) tampoco puede quedarse en ello ni reducirse a técnico del conocimiento, sino que debe contar sobre todo con imaginación libre (la han perdido aquéllos que, subordinados al poder, deben estrechar su pensamiento a la ideología de ese régimen); y haga ver crítica y claramente los problemas fundamentales proponiendo a la vez “construcciones lógicas” que puedan servir de renovado marco de orientación general, a gente que se eduque sin dogmatismos ideológicos, tan peligrosamente incontrolables.
Vale decir, no sólo libertad económica, política… también moral. Volviendo a poner a este valor, al “modelo simbólico”, por sobre intereses y medios técnicos puestos a su servicio.
Volvamos, pues, a enderezarnos a la altura de una idea, no para evadirnos de la realidad sino para realizarla. Que nos coloque por sobre resultados inertes. Que nos impulse un pensamiento que no sólo aclare con conceptos sino que ilumine con valores. Y que el sentido común vuelva a reunirnos en un sentimiento de la realidad que sea oportunidad para una vida humana digna.
Juan Alberto Madile
Rosario, diciembre de 2014
Publicación periodística: 15/12/2014