Juan Alberto Madile - Pensamientos
Retrato de Immanuel Kant
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Una buena voluntad

Decimos que hay una realidad porque percibimos las cosas y porque conservamos una representación de ellas. Y las percibimos porque estamos vivos.

Decimos que hay una realidad porque percibimos las cosas y porque conservamos una representación de ellas. Y las percibimos porque estamos vivos.

Entonces, no es tanto que las cosas sean en sí, sino que son para nosotros que las percibimos. Lo hacemos desde esa perspectiva, la de nuestra percepción.

Y porque estamos vivos y porque somos vida animal, es que somos movimiento. Movimiento aplicado a las cosas, según alguna representación de la realidad.

La causa eficiente de tal movimiento tendrá que ser, necesariamente, alguna forma de la energía. Y lo es: energía nerviosa en nuestro caso, que se hace consciente de sí y que una representación de la realidad guía, ilumina y organiza. Aunque sostenida esta representación, por aquel impulso.

El que no deja de ser impulso vital, sólo que a un nivel más elevado. Es la capacidad consciente de hacer; que es lo que tenemos y que es lo que somos. Porque sin ella, nada tenemos ni somos; porque con ella, podemos hacernos como queremos ser.

Es que somos lo que hacemos de nosotros. Esto, a cada momento; por tanto, hay una efectividad y también una potencialidad de nuestra voluntad. Que si se sostiene en el tiempo, da un sentido a la propia vida.

Voluntad sujeta a necesidades y por tanto al dolor; pero que también puede ponerse sobre ellos el hombre en ejercicio de su libertad. Si bien, así como antes dijimos que no hay cosas en sí, tampoco hay una voluntad causa de sí. Hay, sí, grados de libertad: alternativas de cursos de acción posibles según la situación, entre las que el sujeto puede elegir. Y que en su decisión, agreguemos, haya una buena voluntad.

Y no sólo que la voluntad es libre; produce además su conducta y su mundo. Es consciente de sí. En este sentido se autodetermina y determina a los otros dos. ‘Realiza’; vale decir: ‘hace realidad’, con su conocimiento técnico y con sus valores, una cultura. Conducta y mundo abarcados por la razón como unidades conceptuales.

Pero es el presente la “forma esencial e insuperable del fenómeno de la voluntad”. Sólo lo presente “permanece”, en el sentido de voluntad de vivir. La negación de esa voluntad se da en cambio cuando una conciencia pesimista la vence. De manera que todo se sostiene para nosotros (percepción, representación,…) en la fuerza de voluntad. No hay más que eso. Pero entonces lo que hay, de nosotros depende. Y depende ahora; la voluntad es siempre ahora; ayer ya no importa y mañana no se sabe.

Y colectivamente, ¿cómo considerarla?...  como trabajo, conciencia del deber, respeto a las leyes,... ¿Somos esto, los argentinos? ¿Tenemos una voluntad sostenida a lo largo de las generaciones, según un acuerdo en valores básicos, con la debida importancia concedida a la educación, que los transmite?

No parece. Desde hace décadas, y en ausencia de una voluntad fuerte en el sentido del autodominio y la autorrealización, ha predominado la voluntad de algunos por dominar a otros; quienes han sido alternativamente:

sobornados: cuando suben al poder quienes dan algo a algunos generándoles dependencia, y diciéndoles que se les está quitando a los que tienen más; el resultado: corrupción y resentimiento; sentimiento negativo éste, que aminora la evidencia de que con la política quienes en verdad se están enriqueciendo son quienes se lo dicen; y no es que se elimine la pobreza: se la mantiene en un “sistema de las necesidades”: sujeta, ignorante y rencorosa; y  el estado de cosas no puede mantenerse indefinidamente por improductivo;

engañados: cuando por el creciente descontento ascienden otros precisados de mentir, debido a la escasa capacidad en sus destinatarios para tolerar una verdad dura acerca de las fuerzas correctivas que reconduzcan a un equilibrio estable…  a menos que a este engaño actual lo justifiquen posibilidades futuras;

por consiguiente, la alternativa es: voluntad fuerte por un lado, sea de autodominio o de poder, y voluntad débil por el otro: que sea la fuerte entonces, pero sin subordinación  de otros donde la libertad propia es a costa de la ajena… no la débil, que sólo beneficia a los corruptos y de donde subordinación, soborno, engaño… que además no son dignos.

Con la Edad Moderna y el desarrollo de las ciencias, en un principio éstas no abordaron la mente del hombre: se pasaba aquí a Teología y Filosofía Moral. Y se lo hacía de un modo dogmático, que no admitía discusión.

Cuando la Fisiología, la Psicología, pasaron a ocuparse de las funciones y de la naturaleza del psiquismo, empezamos a querernos menos: dejábamos de ser un alma inmortal de origen divino y empezábamos a conocernos demasiado como para gustarnos.

No obstante, conocernos mejor no estaba negando la posibilidad de ser mejores. Si primero a lo largo de su evolución,  el hombre proyectó sus propios estados en la naturaleza, después quiso diferenciarse  de ella con una “buena naturaleza” propia. Así lo quiso Rousseau. Pero cabe hoy dudar de una bondad originaria del hombre… si lo que puede comprobarse es casi lo contrario…  Permítaseme ser algo escéptico a este respecto. Ello me precave al menos de dogmatismos. Más peligroso considero a quien, no atreviéndose a guiarse personalmente por el criterio de la razón, se somete servilmente al principio de autoridad. Tampoco  creo de utilidad la “autoayuda” con palabras vacías propias de una espiritualidad comercial. Sí sostengo la posibilidad que el hombre siempre tiene de elevarse con un esfuerzo de superación.

Voluntad es, venimos diciendo, capacidad (consciente) de hacer. Que se califica de auténtica cuando es posibilidad de hacer como se quiere. Que es hacerse como se quiere ser. Lo contrario es el comportamiento propio subordinado a otra voluntad o la propia impuesta a otros. En relación de poder transformada, entonces.

Pero lo que vale es hacerse; y en el sentido de mejorarse. Aquí es que cabe siempre la esperanza… por la potencialidad que tiene nuestra voluntad. No somos perfectos pero podemos siempre mejorar. Para nosotros, para los demás y para la sociedad.

¿Cuál es el criterio para lo mejor? Ser útiles; en el sentido de contribución a la calidad de vida del conjunto. Claramente: lo opuesto a corrupción, degradación, ‘echar a perder’.

Porque el hombre es débil, es que tiene valor este esfuerzo de superación por su parte. Lo contrario, es caer en el resentimiento que la mala política fomenta y explota. Pero espíritu elevado es lo contrario: Jesús ni se defendió primero de los cargos que le formularon ni se resintió después con quienes lo estaban ejecutando.

Educar pues, para fortalecer la voluntad: voluntad de hacer lo mejor… que lo haga mejor al que lo hace; y que ni la religión lo aparte de eso; que ésta valga como sentimiento de gratitud por esta vida, no cómo cálculo de otra que le desmerezca a ésta, que es en donde debe él trabajar y construir. Educarlo para el conocimiento y la capacitación. Educarlo para disciplinarlo: la educación es también disciplina; y no se piense que ello es incompatible con la libertad: es la disciplina de la educación la que fortalece la voluntad y hace libre; lo hace del modo en que esta libertad afina la sensibilidad y no invade a otros.

Aún admitido que el hombre no sea naturalmente bueno, puede siempre mejorarse porque es libre de hacerlo exigiéndose. Exigencia prolongada. He aquí, otra vez, la disciplina de la voluntad; que no niega su libertad. Antes bien, que la supone. Esfuerzo sostenido - en obediencia al deber - que permite la dignidad y da sentido a la vida.

Obediencia a algo que ha dejado de ser el instinto animal y de lo que depende que se respete a sí mismo. Porque en verdad, él se está obedeciendo: quien realiza una volición es quien manda pero también quien obedece. Sólo que a sí mismo.

Y en cuanto al respeto a la Ley, podemos razonarlo así: primero, y ante la existencia de algún peligro exterior, se impone en la sociedad una moral de la dureza y el sacrificio. Cuando ese peligro se aleja, la fuerza del conjunto se vuelve al control interno y se contiene al individuo de aquellos desbordes que fueran funcionales para la defensa. Irá rigiendo una moral más subjetiva, de la intención y del autocontrol. Pero la relajación que resulta de la disminución de aquel temor, unida a la vigencia de esta moral más personal y de conciencia, pueden llevar a atender demasiado a las circunstancias del delincuente y a aflojar la severidad de su castigo; e individuos y sociedad quedar entonces indefensos.

Es que se habría recaído  en un debilitamiento de la voluntad. Y nada es mejor que una buena voluntad. ¿Cuál, lo es? la firme y sostenida: en el trabajo, en la conciencia del deber, en el respeto a las leyes.


Juan Alberto Madile
Rosario, marzo de 2018
(Publicación periodística: 28/05/2018)