Nuestro paisaje interior
En su vivencia consciente, la vida del hombre es personal y es también sociocultural. En lo personal, siente y piensa.
En su vivencia consciente, la vida del hombre es personal y es también sociocultural. En lo personal, siente y piensa. Obran en su sentir: el sentimiento (en sentido restringido), la emoción y la pasión, el querer y la voluntad... que se ejecutan en su hacer. Y piensa. En tanto que conoce al ser y en tanto que se aplica al conocimiento mismo. Atiende, por último, a la aplicación de tal conocimiento.
Todo lo cual se corresponde con las grandes etapas del proceso histórico al que se pertenece. En nuestro caso, al desarrollo intelectual de Occidente: con una teoría del ser u ontología, otra del conocer o Gnoseología y profesando un pragmatismo final, del hacer.
Lo que indica que al proceso lo abarca una conciencia filosófica. Fundamento primero y último, de la sociedad y de su cultura. Conciencia que es correlato -si no siempre presente al menos latente-, de los fundamentos de las socioculturas particulares que integran nuestra civilización occidental.
Contenidos de conciencia, por el lenguaje escrito conservados y transmitidos. Lo que permite un regreso permanente a su propia reflexión; es decir, a la interiorización cada vez, de cada una de sus manifestaciones. Y ello sin pérdida de lo adquirido. Lo que significa una siempre necesaria "filosofía de la filosofía". Es el pensamiento mismo, que se re-piensa.
Es el pensamiento que requiere siempre volver sobre sí, repensarse para replantearse. Cuestionándose si es en verdad auténtico conocimiento último, si sigue siendo fiel a sí mismo, a los valores de su orígen...
Ello sin perjuicio de lo que es propio de cada época histórica. Así, los ideales personales de cada una fueron diversos: la figura del sabio por el conocer en la Antigüedad; del santo por la fe en el Medio Evo; del científico por la investigación; del inventor y el ejecutivo en respuesta al pragmatismo de nuestro tiempo...
Acompañados tales ideales, junto a otros muchos, por una inclinación del sentimiento y por un estilo de vida; es decir, por un sentido de la vida que uniera en lo concreto, a la subjetividad con la objetividad.
De ahí que desde la Edad Moderna, a partir de una más severamente controlada percepción de la realidad exterior, se comenzaran a considerar los elementos del pensar: por un lado la idea, tenida al principio por totalidad innata; por el otro lado la sensación, que por asociación constituiría el hábito de pensar según se sostuvo.
A los que cabe agregar: la imagen y el esquema, el ser que se afirma por el conocer pero también el deber ser que se impone a la conducta como imperativo a seguir, un espíritu que se manifiesta pero también en tanto que objetivado en la realidad social, el sentimiento y la pasión que asimismo reclaman su peculiar modo de expresión (esto, con el movimiento romántico), el desear y el querer...
Ahora bien, ¿cómo se componen esos elementos en nuestro paisaje interior? En principio, no puede ser de otra manera que repitiendo las dimensiones de que consta la realidad exterior que se percibe: el espacio y el tiempo. En una alternancia entre esquema, que organiza en un espacio mental, y continuidad del pensamiento, que es su despliegue temporal. Dimensiones con las que, a su modo, la mente se representa la realidad.
De manera que, aún fuera de las funciones orgánicas y de las necesidades básicas que tiene el cuerpo del hombre, en su pensar no puede dejar de intervenir su sentir. El hombre piensa lo que siente y siente lo que piensa. Lo uno antes y después de lo otro: siente cuando percibe algo y entonces lo piensa, siente cuando habiéndolo pensado necesita comprobarlo.
Si bien no toda imagen mental -que además se forma- es un esquema. Las hay también de la fantasía, del recuerdo y hasta del sueño. En tanto que en esquema se organiza, vez a vez, alternada y metódicamente, su pensar.
Así como tampoco imagen es lo mismo que sensación; esta última responde por lo común al estímulo externo de la percepción en tanto que la imagen se repite por excitación central; sustituida más tarde, normalmente, por la palabra o por otras asociaciones de la memoria.
De modo que tanto sensación, como imagen y esquema, como palabra por fin, contribuyen todos al pensamiento... si es de la experiencia anterior, formulada que sea, que depende la continuidad del proceso.
Y es según este mundo interior, el de nuestras vivencias conscientes, compuesto por sensaciones, imágenes e ideas -elevadas a su turno a construcciones conceptuales, de ser tenidas por conocimiento teórico-, el que imprime el sentido de nuestro comportamiento en el mundo exterior... sin olvido que tantas veces, emociones y pasiones igualmente movilizan.
Porque el modo de nuestro comportamiento no es sólo la aprehensión del ser en el conocer sino también nuestra propia determinación de lo que apreciamos como valioso. Es aquella primera actitud casi corporal que tenemos, de aceptación o rechazo de algo, cuando lo aprobamos o reprobamos, la que da el sentido más concreto de nuestras realizaciones: hacemos lo que pensamos... si nuestro sentir lo aprueba.
Si a diferencia del irracional, es nuestro ser libre el que elige. Aún, al estímulo mismo.
Queda por saber si lo que hacemos porque conocemos y sentimos es también lo que debemos hacer. Esto es: si al hacer nuestro ser respondemos también a un deber ser por sobre todo cálculo de conveniencia... deber ser que es hoy y para nosotros: el de una ética del trabajo y de la responsabilidad, internalizada socioculturalmente por una buena educación libre de intereses ideológicos.
(Autor: Juan Alberto Madile) (Columna subida a Internet el 20/08/2023 por el periódico La Capital de Rosario, Santa Fe, ARG.).