Acerca del Espiritu
Desde que pensamos han quedado planteados: el Ser y el conocer. O mejor: el conocer al Ser. Pero a este Ser, ¿se lo descubre o se lo determina?
Desde que pensamos han quedado planteados: el Ser y el conocer. O mejor: el conocer al Ser. Pero a este Ser, ¿se lo descubre o se lo determina? Porque lo que en concreto percibimos son fenómenos; a los que, para su explicación, les atribuimos causas; hasta las más alejadas, en la indefinible mediatez de ellas; ignorando si hubo una primera, si lo fue a nuestra imagen y semejanza, si naturaleza o Espíritu; entonces, la fe o el pensar; y con éste, la duda. Y en nuestra vida la alternativa: concebir la idea o perseguir el ideal. De ahí la filosofía, en su búsqueda de los primeros principios; que se extiende a una filosofía de la naturaleza o Metafísica... o se retrae a la reflexión del espíritu sobre sí mismo... porque como dijo Goethe, en lo íntimo también hay universo.
Respecto de la Metafísica, hoy Heidegger nos dice que mejor que hablar de ella es hacerla. Para lo cual hay que preguntarse por la nada; ¿es ésta producida por la negación (lógica) o más bien hay el no, hay la negación, porque hay la nada? Nosotros afirmamos- responde- la nada es más originaria que el no y que la negación. ¿Y qué es esta nada, entonces? El autor prosigue: es la absoluta negación de la totalidad del ente... el preguntar por la nada -añade- debe hacer comparecer a la Metafísica; esa pregunta hace desembocar en una determinación esencial de la Metafísica que denomina trans-interrogación allende al ente, para reconquistarlo después conceptualmente, en cuanto tal y en total. Traduzco: su vocación de universalidad.
Y agrega: la existencia humana no puede habérselas con el ente si no es sosteniéndose dentro de la nada. El ir más allá del ente acaece en la esencia misma de su existencia. Este transcurrir es, según él, la Metafísica. Ésta pertenece, a la naturaleza del hombre. Considera a la disciplina, el acontecimiento radical en la existencia misma y como tal existencia. Pero lo que el autor no nos determina, es su objeto.
Que, ¿cuál será? Autores hubo que incluyeron a la disciplina como parte de la Filosofía y señalando que su objeto es lo suprasensible, que entendieron como real y existente no obstante quedar más allá de la experiencia sensorial; que con todo puede conocerse, sólo que de modo indirecto: por inferencia del fenómeno hasta su fundamento o cosa en sí. Pero resignándose a admitir la no visión espiritual inmediata del ente en si. Entonces, ¿cómo admitirlo si no lo vemos?, ¿cómo determinar su objeto pero de un modo positivo?
Otros mencionaron que lo es la substancia, el alma, el espíritu, un supuesto reino de verdades y valores... sin embargo, la experiencia humana no puede comenzar más que por la percepción de la realidad natural; si bien en un presente fugitivo de situaciones que se desvanecen -aunque la memoria retenga o pueda recobrar-, por el advenir continuo de nuevas presencias. Que no es acaecer metafísico alguno... si como un ir más allá de lo físico se lo entiende.
Lo que por mi experiencia compruebo es el simple sucederse de las situaciones de mi vida. Donde cada momento vivido se transforma en el que sigue por no haber sido otra cosa que su anticipación, así como es él su propio tránsito al pasado. Es que estoy en el tiempo, medida de mi ser porque a su duración determina. Y en tanto que estoy, soy un presente que, reasumiendo cada vez su pasado, se proyecta a un futuro; todo lo cual es pasajero: un presente eterno sería la definición de la muerte. La realidad es pues, para mí, la sucesión de mis perspectivas de ella. Es cuanto compruebo.
Sólo que a ellas, también, puedo trascenderlas; abriendo así el espacio a mi razón y a mi libertad. Razón, porque cuando pienso constituyo cada vez un objeto nuevo; y libertad, porque por estructuración de experiencias concordantes hago surgir siempre un sentido renovado.
¿No será entonces que en lugar de trascendencia metafísica, que vocación de universalidad, que alma substancial e inmortal, que espíritu inmaterial dotado de inteligencia... no sea al menos inicialmente, poco más que esa nada que Heidegger se preguntaba y que este ser y no-ser del momento fugaz que vivo?
Porque reitero: soy, inevitablemente en el tiempo: soy en primer lugar lo ya vivido, mi identidad con un pasado en tanto que lo recuerde y asuma. Y prueba que lo soy es el hecho de que, cuando algo retorna a mi conciencia, voluntariamente o no, tanto en el sueño como en la vigilia, vuelvo a vivirlo como lo viví (con la misma alegría, dolor,...); es decir, como actual, y eso es porque lo soy... sin dejar de ser la capacidad que no pierdo, de orientarme al ideal de un porvenir; aunque éste sea incierto, tanto por lo que haga como por lo que me acaezca.
Sólo que, así como nada explican lucubraciones que no se comprueban, tampoco parece bastar la reducción a la mera fugacidad temporal de mis impresiones. Es que, si no he podido alcanzar lo metafísico y he debido retraerme a lo perceptible, no puedo dudar en cambio que me hallo en un mundo que no se reduce a esas percepciones limitadas y fugaces; éstas mismas no serían posibles sin él; mundo que me ha precedido y que cuento con reencontrar como real, en cada uno de mis actos.
Mundo en la diversidad de cuyas obras e instituciones trasparece un Espíritu con el que mi sensibilidad se identifica y dentro de un orden social que mi seguridad requiere. Espíritu que es objetivo más acá de todo dogmatismo e ideología y orden social cuyo acatamiento es condición de pertenencia.
Partimos de la nada que somos pero comprobamos, al poder trascendernos, nuestra libertad de realizar el Espíritu; que no es... sino reflejado en una cultura. Poéticamente lo expresa Valery: la obra del Espíritu no existe sino en acto. Y un Miguel Ángel, en arduo trabajo sobre el mármol liberando a la conmovedora Piedad que oculta, lo demuestra.
Columna publicada en Cultura, del periódico La Capital de Rosario, Argentina, el 15/11/2024.