Juan Alberto Madile - Pensamientos
Los principios fundamentales
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Legitimidad

Desde que el hombre se formuló preguntas acerca de la realidad, dejó abierta la posibilidad de la verdad o falsedad de sus respuestas; y por tanto, la existencia

Desde que el hombre se formuló preguntas acerca de la realidad, dejó abierta la posibilidad de la verdad o falsedad de sus respuestas; y por tanto, la existencia de la duda que obligó a la investigación. Quedó dado así el hecho del conocimiento, siempre en proceso.

Y desde que atribuyó sus propósitos a un propio yo, capaz de vetarlos o permitirlos, quedó dado el hecho de su vida moral.

Hechos posibles - el que se interrogue acerca de las cosas, juzgue sus propios actos- en virtud de un medio en el que convive con otros, igualmente dotados. Vale decir, en una misma realidad todos ellos, en dependencia recíproca. Requerida ésta por tanto de un ordenamiento que haga los contenidos de conciencia compatibles y las conductas previsibles. El cual se asegura con la existencia de reglas que vinculan situaciones (que se repiten) con formas de comportamiento (adecuadas a ellas), socialmente esperadas y tenidas por obligatorias.

¿Y cómo verificar que lo son? porque de defraudarse tales expectativas surgirán consecuencias de desaprobación, colecticas o institucionales.

Ahora bien: ¿le bastan a esas reglas con su vigencia, para que tengan además legitimidad cultural? Es que al Derecho que tales reglas integran le es inherente un sentido de obligatoriedad reconocido.

Ahora bien, si hablamos de un Derecho en sentido objetivo (con existencia social), y a éste le atribuímos obligatoriedad, ¿es que cabe admitir una obligatoriedad objetiva? ¿y en qué plano o dimensión de la objetividad residiría, de ser ello admisible?

No en el sustrato físico de la realidad, por cierto: no hay ni espacio ni tiempo físico alguno en que quepa una obligación objetiva, en que pueda encontrarse; el concepto no refiere entonces a lo físico sino a lo relacional y lo es respecto a la conducta humana.

Es pues, relación, entre la conducta como es y como debe ser. En otros términos: es un deber ser que se imputa a ella. Lo que quiere decir que, entre las distintas alternativas de curso de acción posibles que las situaciones deparen, habrá alguna tenida por necesaria, otra como prohibida y otras como permitidas; y aquélla tenida por necesaria lo será, no como lo que no puede no ser, en sentido físico, sino como lo que es obligatorio.

Pero... ¿tenida por quién? ¡pues por la sociedad!, responderíamos. ¿Y cómo podemos saber cuál sea ésa, tenida por tal? ¡pues por las consecuencias!, ya lo tenemos dicho: ante su incumplimiento comprobamos que surgen manifestaciones de desaprobación; que en el curso de la evolución de una sociedad crecientemente compleja, se van institucionalizando en órganos y mecanismos de aplicación que irán reemplazando a aquella reacción colectiva.

En todo caso, ¿basta con esto?... podríamos seguir preguntándonos: ¿no será preciso que, ya desde antes, exista en esa sociedad una actitud general de consenso a su respecto, tanto en el obligado como en los demás, de lo tenido como esencial para la armonía colectiva?

Será entonces recién legítimo el Derecho de una sociedad, cuando sea considerado por sus integrantes como la expresión auténtica de una conciencia del deber en general, que la interdependencia en que viven les muestra como necesaria. Porque supongamos lo contrario: que todos pretendan derechos y nadie asuma responsabilidades, ¿puede siquiera funcionar esa sociedad? ¿funciona acaso la nuestra?

Y no es que se pretenda que todos debamos pensar y sentir lo mismo: asunción de la responsabilidad, en una sociedad compleja y diferenciada, significa respeto a ciertos principios fundamentales y a las reglas de organización y funcionamiento de los órganos (institucionales) encargados de crear y aplicar las normas de conducta particulares; de modo que las diferentes perspectivas e intereses puedan compatibilizarse por sujeción a los mecanismos de solución de conflictos, dada la interdependencia que existe.

Si ello se tergiversa (burlando la periodicidad de los cargos, por caso) o nadie asume sus responsabilidades, entonces se carecerá de la legitimidad suficiente como para exigir respeto a un sistema rebajado a mero amparo de privilegios e inmunidades de políticos profesionales. 

Es que hay un fundamento más profundo, que reside en la vida de la persona; en la libertad de su conciencia y en el hecho de su vida moral.

Está comprobado que la conciencia no presenta estructura fija; nada en ella está determinado (ni aún por el sujeto mismo)... ¡y cómo observarla sin alterarla!... en cuanto a la creatividad, ¿se conocen acaso sus reglas?... Se puede sí, partir de la biología y de la neurología; pero ya serían más las interacciones entre neuronas que sus propiedades individuales, las que hacen surgir la mente (y de ahí, el conocimiento). ¿Admisión pues de su libertad?.

Lo que no puede negarse es que la conciencia ha conducido al conocimiento; y de que éste requiere de atención y memoria. En donde se verifica que no se atiende siempre a la misma figura aunque el estímulo sea el mismo, acaso por desplazamientos de la conciencia misma. De ahí, la posibilidad de siempre nuevas combinaciones. Habría pues, una "inestabilidad esencial"; que apunta, no obstante, a la estructura y al sistema. De donde, la libertad y sus construcciones.

La conciencia muestra pues, ser un emergente: impredecible, irreductible... y a nivel individual parece "regir" el azar. Lo que sí se tiene por comprobado es que ya hay actividad cerebral, y suelen originarse propósitos, antes que la mente tome conciencia de ellos. Pero que es ésta la que los "consiente, veta o responde a ellos de otras formas".

En conclusión entonces: si los propósitos pueden formarse antes pero es la conciencia la que los acepta o rechaza, es que somos a la vez: libres y responsables por lo que hace nuestro cuerpo. Relación ésta que toma la forma del deber: lo que debemos, lo que podemos o no hacer, lo que no debemos hacer.

No obstante parece imperar en nuestro tiempo cierto relativismo moral. Es como que la diferenciación interna propia de organizar la complejidad, hubiera conducido a una individualidad que, si bien  internaliza alguna moralidad, hace posible que ella sea distinta en cada uno. Y se vuelva por último, irrelevante para la sociedad, donde priva la operatividad y los resultados.

Pero lo malo no es que se haya evolucionado a una moral más personal... si es por eso más auténtica. Sí lo es la excesiva gravitación actual de los intereses materiales. Los que han empujado al consumo extremo, a la masificación política, a la vulgarización cultural... hasta poner en riesgo nuestra vida misma en el planeta. Olvidando que no somos más ricos cuanto más tenemos sino cuanto menos necesitamos.

Ni es malo que los motivos y fines de nuestras acciones nos pertenezcan... si somos por esto más libres. Sí lo es haber descuidado el primer compromiso que tenemos con nuestra sociedad: el cumplimiento de nuestros deberes. Es esto lo que nos da recién, derechos en ella. Y nos acuerda, por fin, nuestra dignidad; la que consiste en sabernos merecedores de lo que tenemos.

En nuestro país se dijo que había menos pobres que en Alemania porque nuestros registros así lo indicaban. Paradójicamente, se acusó después que nos habíamos empobrecido cuando nuestros registros se sinceraron. Mejor hubiera sido tomar el modelo de ese país pero en el sistema más elaborado de la ética de la Ilustración que él produjo: el kantiano, con su enseñanza fundamental del deber moral.

Empezamos esta columna con la existencia de la duda en el sujeto inteligente. De lo que no podemos dudar a su término, es de la existencia del deber en el sujeto moral.

Juan Alberto Madile.

Su publicación periodística: 02/12/2019



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