Poetica
Relaciones intersubjetivamente profundas y a la vez que sean inmanentes a un nosotros, ¿son posibles en nuestra estructura social
Relaciones intersubjetivamente profundas y a la vez que sean inmanentes a un nosotros, ¿son posibles en nuestra estructura social, cuya complejidad las mediatiza?; ¿la amistad y el amor, concretamente, son posibles en ésta?... porque lo que abrazamos en los amigos es un mundo mejor, dijo el poeta. ¿Podremos seguir viéndonos reflejados en una misma cultura social, cuando no quede de ella más que tecnología y masificación? Pero atendamos al espíritu que animara inicialmente, a la sociedad que así se estructurara:
Si bien ya desde el remoto III milenio a.C., sumerios, acadios y sobre todo babilónicos escrutaron el cielo y sus constelaciones, no lo hicieron más que con propósito adivinatorio. Por tanto, sitúo el origen de nuestra cultura, recién, en el pueblo griego antiguo; el que no fue: ni conquistador ni conquistado; ni rico ni pobre; ni disciplinado prematuramente ni tampoco libertino; amando en cambio al cielo y la tierra y sintiéndose amado por éstos como si de sus progenitores se tratara. Por todo lo expuesto, es que supieron sentir la belleza.
Fue así el griego un ser completo, que no necesitó de esa belleza, sino apreciarla... sin poner en su lugar a una potencia velada. Y por lo mismo, lo primero no fue la filosofía; lo fue recién, cuando el sol de lo bello iluminó la razón, como dijo el poeta. Y en cuanto a los dioses, sólo porque se mostraron con sus propias inclinaciones humanas, lo conmovieron. De este modo se desplegó esa cultura -en cuya armónica creatividad residiera su espíritu-. Siendo su primer hijo, por consiguiente, el arte... antes que religión dogmática alguna.
Es que la conciencia del griego -medida de su tiempo y condición de su persona- lo fue en un principio de todo cuanto lo trascendía, de todo lo que él no era... pero que contemplaba asombrado. Y cuando a un tiempo necesitó verse reflejado como persona, puso ante sí una imagen que elevó a divinidad. He aquí, que el segundo hijo de su cultura fue la religión. Con dioses que mucho no se ocuparon de él pero en cambio tampoco le impusieron un texto normativo: fue con la sola narración de sus héroes que éste se vio ennoblecido.
Mitología que tanto cultivara más tarde en sus temas literarios, pictóricos y escultóricos, nuestra segunda gran época dorada: la del Renacimiento.
Volviendo a los griegos: en aquel clima nació recién el pensamiento de la realidad; que fuera en parte astrológico y más tarde alquímico, pero también relativo a la consistencia del universo con la Escuela de Mileto y relativo al ser y sus atributos con Parménides: Es decir, referido a los elementos y a la unidad del cosmos, y expresado poéticamente... lo que aún es arte, lo que aún es amor a la belleza... si no es ésta otra cosa que la naturaleza humana realizada; la unidad del hombre completo... pero en la unidad de su riqueza.
Vale decir, no fue nunca la regresión a una unidad simple sino atentos al otro gran pensador de la época, Heráclito, quien dijo que en el pensamiento, la cosa se diferencia en sí... que es de este modo como damos su concepto y es así como en nuestra conciencia ella se refleja. Al pensar y al pensarnos. Los elementos, el ser de Parménides, pero en su devenir cultural. Siendo la belleza, la armonía de tal despliegue.
Somos pues, hijos de esa creatividad que los renacentistas retomaran más tarde con magníficas obras; somos, entre el cielo y la tierra, pero no nos es dado reposar en parte alguna, dijo también el poeta; es decir que somos, haciendo; y ello, entre lo abstracto y lo concreto, de donde nuestra liberación del mero instinto, con la consigna de trascender nuestra animalidad.
Lo expuesto, sin omisión de aquel otro gran movimiento que cerrara el pensamiento antiguo pero que lo abriera para nosotros, al obligarnos a continuarlo: el escepticismo, cuya idea principal de no tener a verdad alguna como definitiva, nos liberara del temor supersticioso que sujeta a la creencia inalterable.
Y debimos seguir siendo, entre humanidad y naturaleza; que es allí precisamente donde emerge el arte, que se inspira en su contemplación prolongando su belleza... en lugar de nuestro regodeo actual en la fealdad de lo humano y hasta en la destrucción de lo natural.
Por eso también, dijo el poeta escuchar a ese dios que yace en nosotros y que, si bien el pensamiento nos dice que nuestro destino es la muerte, mientras hay vida hay espíritu, que la niega... y que en éste germina el alma, que es la unidad de la vida... por lo que el despliegue del espíritu debe conservar la unidad de la vida.
Por tanto la teocracia de lo bello, como calificara al período el poeta de un romanticismo posterior al que venimos aludiendo, pudo existir en ese Estado libre, que concibiera al mundo entero como su Olimpo, siempre joven y vivo; donde pudo la juventud: no vivir en un mundo viejo sino envejecer en un mundo joven, en ese espacio de lo sagrado, como también lo llamara.
De manera que la memoria de nuestra racionalidad debió partir de aquella mitología, tan imaginativa, estética y vigorosa... a condición que lo divino sea vivenciado en este espacio de la realidad de acá abajo, entre cielo y tierra, y practicado como respeto a la vida, que es todo cuanto somos, y en todas sus bellas manifestaciones.
Porque lo bello no es tan sólo lo que nos agrada sino lo que nos transforma... así como lo sublime es lo que nos trasciende. Sin entender por eso que la verdad esté en la poesía (Aristóteles así pareció haberlo creído). Sí, que el pensamiento que la procura se expresó en sus orígenes en esos términos y con esas formas. Ello permitió un crecimiento múltiple que obligara a la vez a superar todo equívoco... Si nada hay de definitivo a su respecto, como bien enseñaron los escépticos. Y fue necesario su despliegue asimismo, porque la cosa en el pensamiento se desdobla en sí misma, tal como hacemos los humanos al pensarla y al pensarnos como personas.
El positivismo más tarde dejó sólo naturaleza material y organismo, sometidos ambos al sólo tratamiento científico. Lo que no careció de valor; sólo que no alcanzó si lo fue al precio de suprimir la sensibilidad y el sentido sagrado: la apreciación de la belleza y el respeto por la vida.
Y no es que los dioses les hubieran asegurado a los antiguos griegos una vida eterna; al morir no quedaba de ellos más que sombras. Pero algún ser conservaban: el ser de lo que habían sido... si al morir también nosotros pasamos a ser la memoria de otros... y si aún vivos, nos vamos reduciendo al recuerdo de lo que fuimos.
Es que estaban entonces unidos lo bello, lo verdadero y lo bueno... de ahí, la bienaventurada hondura del ser... cantada por los poetas que las musas inspiraban... pero esa hondura requiere de la penetración del pensamiento; ¿lo habremos perdido?... siendo que más que los hechos pervive la palabra, añadió el poeta; ¿expresa ésta acaso hoy, aquel espíritu originario que animara nuestra cultura?
(Su publicación periodística: en lo fundamental (y en una página entera), en columna del 02/12/2022, en Rosario, (ARG.)) con el título: "Lo bello no es sólo lo que nos agrada sino también lo que nos transforma".